Sentarse frente al ordenador toda una tarde. Tumbarse en el sillón viendo la tele. Apropiarse un banco de la calle y hacerlo tuyo. No hacer nada. Dormir. Descansar. Comer y volver a dormir. Salir de fiesta. Reír y volver a dormir. No hagas hoy lo que puedes hacer mañana. Si no es urgente, puede esperar. Estudiar el día antes. Horas en frente de una pantalla. Minutos perdidos. Lecturas innecesarias, vídeos inadecuados. Nada de esfuerzos, ni de planes innecesarios. Horas bajo el sol, sin ni siquiera pestañear. Noches eternas, sueños que no se acaban. Clases ignoradas, trabajos abandonados. Somos adolescentes atados a acciones estúpidas, poco productivas o poco activas. Pero simplemente somos eso, adolescentes que disfrutamos de lo más insignificante de la vida sin esfuerzo alguno. Alabamos la pereza y la vagueza y jamás entenderemos por qué el mundo de los adultos se mueve tanto en lugar de parar a relajarse. Únicamente somos jóvenes que queremos que las cosas pasen sin hacer nada, porque en ocasiones hacer cosas va ligado a sufrir, y no queremos sufrir tan pronto pues ello implicaría perder la esperanza en la felicidad. Y cuando pierdes la esperanza en la felicidad, todo está perdido.
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