A
veces cuando me enfrento a una hoja en blanco me encuentro con un
inmenso vacío. Este no se debe al vacío literal que la acompaña,
más bien es causa de la sensación de no saber qué decir y qué
escribir cuando no hay nadie alrededor que te frene. Cualquier gran
literario de la época de Franco habría deseado estar en mi
situación de poder escribir cualquier cosa que le pasara por la
mente. Seguro que no tenían este problema. Eso de no saber cómo
rellenar un papel que está dispuesto a acoger cualquier palabra, es
totalmente desconcertante. Al final siempre encuentro algo de lo que
hablar, porque al fin y al cabo siempre sufrimos el castigo de sentir
algo, aunque no sepamos redactarlo. Eso fue lo que más me agobió
aquel día. Me frustró pensar que cada segundo somos azotados por
sentimientos que no podemos controlar. Cada hora una emoción
diferente. Nunca tendremos el placer de decir que no sentimos
absolutamente nada, porque sea cual sea el 'jodido' detonante, lo
cierto es que siempre tenemos algún tipo de sensación. Por aquel
entonces pensé que no podría enfrentarme a los pensamientos
futuros. Sin embargo, decidí tranquilizarme y seguir tecleando.
Entonces fue cuando descubrí que siempre habrá algo en nuestro
interior que queramos expulsar de la forma más rápida posible. Pero
no podemos rendirnos. Tenemos que aprender a vivir con ello y a
luchar cuando esto no sea efectivo. Afortunadamente para mí
conseguí aceptar mi teoría aunque no me convenciera del todo. Somos
seres humanos, si queremos sentir buenas sensaciones tendremos que
pasar el mal trago de, de vez en cuando, sentir algo que nos haga
odiar nuestra experiencia como seres inteligentes. Podremos sentir
tristeza, rabia y decepción tantas veces como sea necesario en
nuestra vida, lo importante -concluí- es no perder la esperanza,
jamás. Lo relevante es seguir con las ganas de enfrentarse a lo que
quiera que sea que viene después de lo anterior.
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